martes, 2 de noviembre de 2010

Capítulo 9 "Los orígenes de Gina"

Gina vivía en un pueblo entre las montañas cerca de Benevento, Estaba felizmente casada y tenía dos hijos. Su vida era sencilla pero muy llena de amor. Les enseñaba a sus hijos a ordeñar las cabras, a amasar panecillos, a darle de comer a sus animales y a bailar al ritmo de la pandereta.
A su marido también le gustaba verla bailar, dando vueltas y aplaudiendo. El la amaba perdidamente .Se amaron desde el primer instante en que se vieron. Ella iba a la fuente a buscar agua y él estaba pescando a las orillas del arrollo.
Ella se sorprendió al encontrarlo allí y él se quitó el sombrero para reverenciarla.
Ambos eran aldeanos y humildes, pero nunca les faltó nada. A pesar de que por aquellos años, fines del siglo 19,  la gente raramente elegía a su pareja, ellos no tuvieron objeciones y fueron muy felices.
Ella se casó muy joven, él no lo era tanto. Tuvieron a sus hijos y los vieron juntos crecer por casi 10 años. Pero un día su amado Marcelo se enfermó y Gina no cabía en su tristeza.
La agonía de Marcelo fue rápida, pero no tanto para el sufrimiento que tuvo que pasar. Gina rezaba constantemente para que Dios tuviera la piedad de llevárselo con él, porque no soportaba ver su desmejoramiento.
A Gina la ayudaba su hermana María. Le cuidaba los niños mientras ella cuidaba a Marcelo.
Su hermana era igual de alegre que Gina y mayor, siempre la esperaba con los brazos abiertos en su casa para compartir sus vivencias.
 Gina muchas veces le preguntaba cosas porque María tenía una particularidad, era bruja.
 Nadie lo sabía excepto Gina. Puesto que en la familia cada algunas  generaciones aparecía alguien con algún poder solo explicable con lo que la gente llama magia o brujería.
 A María siempre le habían atraído los rituales antiguos y además le había pedido a su bisabuela que la adiestre en el poder de la adivinación y algunas otras prácticas. A Gina no le interesaba, en realidad le asustaba saber demasiado. Quería vivir su libre albedrío sin preocuparse demasiado por adivinarlo.
Benevento todavía hoy tiene historias de brujas dando vuelta de boca en boca.
María la había preparado a Gina para la muerte de Marcelo. Se lo adivinó arrojando unas semillas al fuego y las llamas danzaron como hablándole a María, y lo supo. Gina al principio se enojó un poco con María por decirle semejante crueldad, pero sabía que su hermana solo quería prepararla para que no la tomara por sorpresa.
María era buena, pero la gente del pueblo después de cansarse de pedirle adivinaciones comenzó a hablar mal de ella. Algunos dicen querer saber la verdad pero se enojan cuando la ecuchan.
Un día, mientras María cuidaba a los niños de Gina, porque Gina estaba muy triste para poder atenderlos todo el día, ocurrió lo más terrible en la vida de Gina.
Alguien trabó la puerta de la casa de María y le prendió fuego, con María y los niños adentro.
La bruja no lo había visto y esta vez las llamas no le hablaban solo la rodearon ferozmente a ella y a los niños a quienes abrazó contra su cuerpo y mientras el fuego los consumía repetía unas palabras en un idioma antiguo, podría ser Latín. Los niños en cambio lloraban y gritaban.
Nadie los ayudó, todos en el pueblo miraron hacia otro lado. Por superstición o miedo a ser señalados como amigos de la bruja nadie se acercó.
Gina, que estaba recluida en su cama llena de dolor por la muerte de Marcelo, escuchó los gritos y corrió hasta la casa de su hermana, después de ver la columna de humo que salía de ella, pero llegó tarde.
Ahora los gritos salían desesperados de la garganta de Gina. Comenzó a maldecir a todo el pueblo y su furia fue tan grande que las  palabras salían solas de su boca:
-¡Malditos! ¡Ya verán! ¡Sin tengo yo algo de sangre de bruja les maldigo a cada uno de los responsables de esto! ¡Lo pagarán! ¡Lo juro!-Y después de maldecir a todos se escapó del pueblo temiendo el mismo final que el de sus seres queridos.
Sola, desdichada y destruida, trató de sobrevivir Gina. Decidió ser viajera, caminar y caminar sin rumbo fijo. La sonrisa se le había borrado por completo del rostro. Trabajaba en distintas tabernas  todos los días, solo por el plato de comida .Fue de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, sin encontrar un lugar que la hiciera quedarse, hasta que llegó a Venecia.
 Esa noche le tocó trabajar en una taberna llena de marineros. Los marineros no tenían buenos modales para con ella. Y ella los atendía de poca gana. Un marinero intentó ponerle la mano encima y Gina sin pensarlo dos veces le rompió una jarra en la cabeza.
Hubo quienes quisieron defenderla pero ya la taberna se había convertido en una batalla campal. Gina se escabulló en el tumulto y salió corriendo, pero su acosador también logró escapar de la revuelta y empezó a correrla por las calles. El paso de Gina era veloz a pesar de sus altas botas de cuero y su pesada pollera y enaguas. Tratando de huir intentó cruzar un puente pero el extremo opuesto estaba enrejado y allí el marinero la apuñaló. La sangre brotaba de su vientre y de su boca, pero Gina seguía luchando contra él para protegerse de más vejaciones. Sus tacos se clavaban profundamente en los pies del marinero y sus uñas rasgaban desesperadamente el rostro.
De pronto una nube de murciélagos se arremolinó alrededor de Gina de la cual aparecieron Camilo y Marco. Sus ropas ya eran más modernas y su forma de hablar también. Habían pasado un par de siglos cazando juntos y esa noche habían elegido a su malnacida presa, el maldito marinero.
Marco fue el primero en atacar, pero Camilo quedó hipnotizado con Gina. No podía creer tanta injusticia. Tanta belleza desperdiciada. Camilo siempre había apreciado la belleza. Además Gina le recordaba a su madre cuando era joven, hacía más de un siglo que sus padres habían fallecido de ancianos.
Mientras marco se encargaba del marinero, Camilo convirtió a Gina. Marco se sorprendió y conmociono por un momento, lo miró fijamente incrédulo, pero luego ayudó a Camilo a llevarla al palacete.
La depositaron en la cama de piedra y Camilo le colocó un almohadón detrás de la cabeza. Marco le trajo la jarra, pero no dejaba de mirarlo nerviosamente. Luego lo dejó solo y se fue con una cara de nervios que le llegaba al piso. Tenía miedo de perder a su compañero de caza. Tantos siglos de paciente espera y ahora alguien se había puesto en su camino, Gina.

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