domingo, 5 de septiembre de 2010

Capítulo 5 - ¡Al demonio con la humanidad!

De vuelta en la casa Camilo y Augusto se sentaron en la sala a compartir unas copas de vino y otras de sangre. Retomando la charla pendiente:
-¿Me contarás como fue convertirte en vampiro?
-Sí. Pero bebamos una copa más.-Y después de vaciar la copa de vino continuó.-Yo era el herrero de un pueblo en la antigua Roma. Forjaba herramientas, armas y escudos. Pero los impuestos del Emperador eran cada vez más altos y no llegaba a cubrirlos con mi trabajo. Además estaba casado y tenía una pequeña hija. Mi bella esposa se llamaba Fiorella, era más bella que las flores de primavera, hasta su perfume, era más delicioso que el de cualquier flor. Y mi hija heredó su belleza. Yo trabajaba día y noche para que no les faltara nada. Pero para los plebeyos era una época muy injusta.
Un día ya no tuve más dinero para el impuesto y cuando los cobradores del imperio quisieron cobrarme yo les suplique y les dije que juntaría el dinero. Pero cuando mi esposa y mi hija entraron por la puerta que daba a la habitación para ver lo que sucedía, a la seña de uno de los soldados el otro me aseguró de mis ropas y él se aproximó a ellas. Comenzó a mirarme cínicamente y a acariciar el cabello de mi mujer con un cuchillo que había tomado de la mesa.
-Dijisteis que no poseías más nada. Pero mentisteis .Podríais pagar en especias, si sabes a lo que me refiero…-Y siguió acariciando el cabello y el cuerpo de mi esposa y el pequeño rostro de mi niña.
-¡Tócale un cabello más a mi familia y juro que te mataré con mis propias manos!-Le grité.
-¡No sabes a quién te estáis dirigiendo de tal modo! ¡Ahora verás insignificante desperdicio!-Y entre los dos me clavaron a la mesa con mis propias herramientas. Yo gritaba de dolor y de desesperación ya imaginaba el horror que se aproximaba, pero en realidad fue peor de lo que nunca hubiese podido pensar.
El malnacido tomó a mi niña y la acercó obligándole a que me diera un beso de despedida y luego del beso la tomó de los cabellos, tapó su boca, la asfixió y la depositó en un asiento. Mientras tanto el otro soldado sujetaba de los brazos a mi mujer que no podía dejar de gritar y llorar y de insultarlos. La arrastraron entre los dos hacia la habitación y uno entró con ella, el otro se quedó de guardia en la puerta mirándome sobradoramente. Los gritos de mi esposa destrozaban mis oídos y mi alma, tenía ganas de matar a esos cerdos. ¡Pobre mi Fiorella! Sufrió más de una hora hasta que por fin le quitaron la vida de un corte en su cuello. Todavía recuerdo lo que sentí cuando me obligaron a ver su cuerpo sin vida. Toda su hermosura, sus rojizos y claros cabellos y su hermosa y blanca piel yacían en nuestro lecho sobre una enorme mancha roja de sangre que había brotado desde su cuello. ¡Quería abrazarla, besarla, despertarla! ¡Malditos! Las piernas se me doblaban de ganas de morir allí mismo. Pero me arrastraron hasta un carro y me llevaron hasta una celda. Curaron mis heridas y me vigilaron para que no me quitara la vida. Los perros me querían fuerte. Yo tenía los brazos muy fuertes de trabajar el hierro, y por tal motivo pensaron que sería un gran oponente en el Coliseo.
- ¿El coliseo Romano? ¿Donde los gladiadores debían luchar hasta la muerte con otros y con leones?- Preguntó asombrado Camilo.
-Sí, el mismo, Ese circo donde los únicos bufones se sientan en el trono y la platea.-Siguió hablando Antonio sin pausa.-Primero me sacaron a luchar con un hombre enmascarado, como me habían enmascarado a mí. Yo no quería pelear, quería morir, pero cuando el enmascarado me dijo que le habían dicho que mi mujer era una cualquiera, le di con todas mis fuerzas al mazo que me habían proporcionado y lo maté a golpes descargando toda mi furia hacia él. Los idiotas del público aplaudían a cada chorro de sangre que salía de su cuerpo y yo ciego de furia no paré hasta hacer puré sus huesos.
Después ávidos de más sangre me soltaron un león. También había un soldado que con un látigo alejaba de mí de a momentos a la bestia, porque si no hubiera sido así, me hubiera matado en un segundo, y el entretenimiento hubiera durado poco.
El soldado tan solo miraba al león y le mostraba su látigo y el eón parecía entenderlo, porque lo miraba desafiante pero obediente, y rugía como protestando. A la pobre bestia le di una buena pelea, hasta que me alcanzó un zarpazo y me dejó inconsciente.
El soldado romano me declaró muerto y todo el mundo aplaudió de pié. Le ordenó al león que se guardara y me arrastró moribundo hasta adentro. Una vez en mi celda el soldado me mordió en el cuello, me convirtió, y sin esperar ninguna reacción de mi parte, me arrojó en un sótano con algunos presos. Cerró la puerta y dejó que obrara por mi cuenta en mi transformación.
Yo sacié mi sed con esos pobres condenados. No podía pensar claramente, era pura desesperación, el soldado me seguía trayendo cuerpos y yo era como un animal carnívoro y salvaje, hasta que mi sed y mis heridas desaparecieron por completo, me calme por un momento. Comencé a llamar al soldado y entró en mi celda. Intenté luchar con él, pero sus movimientos eran precisos, rápidos e implacables. Me advirtió que no intentara hacer nada antes de escucharlo.
No sé si fue por curiosidad o su tono imperativo, pero me senté a escucharlo:
-En este momento tú no comprendes nada. Yo te he rescatado de las fauces del león porque conozco tu historia. Quién le obligó a tu oponente a hablar mal de tu esposa he sido yo.-confesó el soldado. Entonces yo me erguí súbitamente como para atacarlo cuando el soldado pidió perdón por la ofensa.
-Ha sido para que le dieras pelea, de lo contrario seguramente te hubieras dejado morir. Y yo os necesito.-dijo.
-Tú para que podríais necesitarme, yo ya siento que he muerto y que estoy en el infierno. ¿Acaso eres el demonio que viene a torturarme?-Le pregunté.
-Habéis muerto eso es cierto, y sigues en esta tierra, que a pesar de parecerte el infierno no lo es. Y es por tal motivo que necesito tu ayuda y la de otros para que esta decadencia del imperio termine de una vez por todas.-Explicó el soldado.
-Pero tú eres un instrumento del imperio.-Lo espeté.
-Trabajo aquí, pero no soy su instrumento. Estoy utilizando mi puesto para estar informado de lo que sucede dentro y tener la confianza de ellos. Pero estoy formando mi propio ejército para combatir este nido de serpientes codiciosas, injustas, avaras, y desbordadas. ¡Morirán os lo juro! ¡Es lo que merecen por todos sus pecados y bajezas!
-¿Y yo? ¿Qué pretendéis de mí?-Le pregunté.
-Entrenarte como soldado de mi ejército y enseñarte a utilizar tu nueva fuerza y poderes en contra de éstos desgraciados.-Dijo.
-¿Poderes? ¿Cuáles poderes poseo ahora?-Pregunté curioso y asombrado.
-No demasiados, pero suficientes. Por ejemplo tenemos el poder de manipular la mente humana y la de los animales. ¿Cómo crees que el león me obedece ten sencillamente sin devorarme a mí también?
-Creí que con el látigo.-Le respondí.
-El látigo es para que se lo crean ellos. No sólo dominamos mentes, si no que podemos ver a través de sus ojos si nos concentramos. Es un poder muy útil para espiar. Ya verás, te lo enseñaré todo.-Me dijo.
-De acuerdo. Dime lo que debo hacer para vengar la muerte de mi esposa y la de mi pequeña. Ya estoy harto de estos señores que utilizan a los pobres para llenar sus barrigas hasta vomitar, y los mantienen pobres porque de ese modo son todos esclavos suyos. No dudaré en ajusticiar a cada uno de ellos.-Dije yo.
-Me gusta tu ímpetu, pero debemos hacer las cosas con cautela, no debemos revelar nuestro poder. Por tal motivo lograré infiltrarte entre los soldados del emperador y te ganarás su confianza.
-De acuerdo, así será.-Terminé diciendo. Y aceptando todas las ordenes de mi conversor y maestro.
Pasaron años hasta la caída del imperio Romano, y obramos tan discretamente que ningún libro de historia habla de los vampiros que derrocaron el imperio. Además de que con su avaricia no pudieran ponerse de acuerdo, colaboramos bastante en su deterioro de poder. Adivina quien le susurró al oído a Nerón para que incendiara Roma.
-¡Pero eso es demasiado!-Dijo Camilo.
_Sí, pero yo tenía demasiado odio en mí, y era inexperto e inmaduro. Con el tiempo descubrí que la humanidad es cíclica y que la lucha entre el bien y el mal durará por siempre. Que hay humanos buenos y malos y que la lucha es diaria. Necesité siglos para comprenderlo. Tú Camilo por lo que observo necesitarás algún tiempo para dejar de ser tan ingenuo.-Dijo ofreciéndome otra copa, para mantenerme tranquilo y sin sed.
-A lo mejor lo soy, pero no quisiera dejar de serlo si eso significa odiar al mundo entero.
-Pero no puedes seguir siendo tan dócil, ya no eres un gatito, eres un león y deberás aprender a defenderte. Mañana comenzará tu entrenamiento.
-Nunca he sido de dar pelea.-Dijo Camilo reticente a convertirse en un león.
-Sí, y así has acabado, cayendo de un puente a manos de unos cobardes. Hoy fue un largo día y debes descansar, aunque ya no puedas dormir. Trata de relajar tu mente como ellos.-Dijo Antonio señalando a otros vampiros que se veían en la sala sentados con sus ojos cerrados.
-Creí que dormían.-Le dijo confuso.
-No, pero es como si soñaran despiertos. Sígueme por favor, tengo que mostrarte algo.-Le dijo a Camilo dijo mientras lo llevaba a otra habitación.

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